Ayer nos pasó una cosa curiosa. Mi hija, que acaba de terminar Periodismo, y yo misma, que me licencié en 1992, fuimos juntas por primera vez a la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense para devolver unos libros de la biblioteca que Paula ha estado utilizando para su TFG.

Fue muy emocionante y reconozco que se me saltaron las lágrimas. Nunca hasta ayer,  aunque parezca mentira, había sido consciente de que compartíamos no solo Facultad si no que, si Dios quiere, y parece que sí, estamos compartiendo ya profesión. Me inunda una sensación intensísima pero difícil de explicar.

Pues bien, yo me puse pelín abuela cebolleta y decidimos compartir un café y un pincho de tortilla en la cafetería. En la cafetería de Periodismo,  y no es un mito ni una leyenda urbana, se aprende de la profesión y de la vida, tanto o más que en sus aulas. Creo que lo puede confirmar cualquiera.

Y para sostener este convencimiento y otro que tengo de que en la Universidad se te abre la mente –aunque sea en el bar-, de repente, se nos abrió la válvula y allí estuvimos conversando sobre lo que ahora mismo se confunde con Cultura en Madrid –sobre todo en Madrid-, que no es más que un ramplón y vulgar entretenimiento. Un pasar el rato y echar el día. Esto va a dar para otro post, así que dejo aquí el tema.

La cuestión es que siempre he mantenido que la Universidad, con toda su problemática y sus limitaciones, es un lugar y momento para conocer nuevas cosas y ambientes y, por tanto, abrir la mente. Por eso anhelo que mis hijos deseen estudiar en la Universidad.

Pero también defiendo, con la misma firmeza, que no es condición sine qua non para tener la mente abierta. Conozco mentes brillantes, razonables y empáticas, que no han pisado ni de lejos un aula universitaria.

Creo que con estudios o no, la educación es otra cosa. Es ese saber estar, que no es precisamente invisible. Es empatía, es sed de aprender, es capacidad de entender, es saber discernir entre la cultura y la basura, entre las verdades –que las hay- y las mentiras –que nos invaden-. En estos días, se ve claramente, quien posee esa educación y quién solo ha pasado por las aulas primarias o superiores, pero la educación y la cultura, ni le ha rozado.

Para acabar este feliz día, no se nos ocurrió otra cosa que ver la película Tesis (Amenábar, 1997) rodada en los pasillos de la Facultad de Periodismo. Solo puedo decir que la noche no ha sido tan buena.