Me encanta que, desde hace algún tiempo, no mucho, se puedan leer y escuchar decenas de testimonios acerca de maternidades y paternidades que no están resultando todo lo felices que se prometían.

Experiencias más bien negativas de padres y madres que reconocen que no se leyeron bien el prospecto o el manual de instrucciones de sus hijos o que, aún sabiéndolo, ven que no es oro todo lo que reluce.

Muchas de esas experiencias están contadas con grandes dosis de humor –amargo, pero humor-. Con esas es difícil no identificarse aunque sea un poquito.

Las menos –afortunadamente, supongo- son verdaderamente terribles y dramáticas y tengo que empatizar con esos progenitores.

Me parece un progreso importante, poder expresar con libertad –sin juicios, no, porque es imposible- cómo se está sintiendo uno en su papel de madre o padre, porque desde luego que no es fácil.

Es en lo único que creo que estamos todos de acuerdo. No he conocido a nadie hasta ahora que diga que es un papel sencillo o cómodo de representar.

En mi caso, tengo que decirlo abierta y ardorosamente, hasta ahora, ha sido de las mejores aventuras de mi vida.

Y frente a juicios y dogmas tengo a bien decir que, no es lo que me ha hecho feliz como mujer, ni lo que me ha hecho sentirme realizada. No creo que, ni eso ni nada, por sí solo, pueda cumplir esa función.

Pero miro atrás y aunque he gastado independencia, tiempo, fuerzas, neuronas y saliva, mucha saliva, en la función, volvería a firmar por mis hijos una y mil veces.

Porque, ¿hay algo fácil en nuestros logros y en aquellos proyectos en los que hemos puesto tanto interés y esfuerzo?, ¿hay algún proyecto o aventura que no esté compuesto de éxitos y fracasos, risas y llantos, comodidades e incomodidades?

En cualquier caso, me alegro de que la paternidad y la maternidad hayan entrado a formar parte de ese conjunto de temas de los que ya vamos pudiendo hablar con más libertad sin sentirnos bichos raros.